El tiempo que concebimos

Con mucha solemnidad era encendido el Fuego Nuevo en una enorme hoguera, mientras otras de menor tamaño se prendían simultáneamente en los cerros más altos del reino y en todas las comunidades del mismo. (Foto: especial)

“La concepción del tiempo en las sociedades antiguas, es casi desconocida.  Los raros indicios útiles son los mitos”, escribía Ikram Antaki.  Y para muchxs de nosotrxs, que hemos sido educadxs en culturas eminentemente religiosas, estas celebraciones de fin de año o de milenio, han sido, muy recientemente, además de celebración, motivo de reflexión o de invitación para conocer los nuevos estudios, conceptos y/o aprendizajes (“descubrimientos”) de quienes, desde la ciencia y la academia, logran captar un mayor número de personas interesadas en el tema.

       Personalmente, esta temporada inequívocamente invernal, me provoca una arraigada certidumbre, que a manera de “propósito” para el nuevo ciclo que inicia nuestra “casa común” alrededor del Sol, suelo repetir como una plegaria: “que cada día encuentre el asombro de un nuevo aprendizaje, así como a quien(es) pueda interesar”.  Así, cada que encuentro ocasión, he podido hablar con niñxs y adultxs -que generalmente son quienes más practican el asombro-, de que si en México, cada 31 de diciembre nos preparamos para recibir un nuevo año, los chinos, que son una población bastante considerable en el planeta, lo inician a finales de enero, como algunos pueblos precolombinos de América lo hacían.  La Iglesia Ortodoxa lo recibe el 14 de enero; los musulmanes lo celebran con la luna nueva de marzo y los judíos lo hacen en Otoño… sin olvidar que para el pueblo p’urhépecha el ciclo se espera el día 1º. de febrero por la noche, para amanecer el día 2.

        Hace veinte años conocí, durante una breve estadía en Pátzcuaro, al Físico y Poeta Leonel Torres, quien además de organizar un pequeño grupo de lectores, nos llevó a la formación de un taller de “Teatro de Atril” (obras de dramaturgos, leídas en voz alta y obviamente, en atril).  Luego de algunos ensayos, nos reuníamos para charlar y de él recuerdo haber escuchado (y aprendido) que, en ese entonces, el patrón de medida del tiempo eran las vibraciones atómicas que resultaban regulares y precisas, en comparación con los ciclos gravitacionales, como el día, el mes lunar y el año.  Pero aún así, teorías más recientes afirman que la duración de estas vibraciones cambia gradualmente a medida que el Universo se expande; por tanto, no existe medida exacta para contar o medir el tiempo… como hoy lo explican Físicos contemporáneos.

       Así, resulta convincente que entre más conocimientos adquirimos, éstos llegan acompañados de muchas más dudas e incertidumbres, que nos obligan a permanecer alertas y abiertxs a la disposición de aprender cada día.  Alguna vez, la inolvidable maestra Raquel Magdaleno nos dijo que el aprendizaje es una energía de continuo fluir, como lo es el Universo.  Desde entonces, pongo mucha atención en lo que aprendo y en cómo permito que fluya la enseñanza.

       Actualmente y gracias en parte a los avances científicos y tecnológicos, un gran porcentaje de la población mundial sabe que vivimos en una era planetaria que comenzó a finales del siglo XV, cuando los europeos llegaron a este continente, poblado por culturas desconocidas y dioses desconocidos para ellos, y que fue en ese entonces que la unidad microbiana del mundo se realizó de inmediato.

       Desde entonces, tal vez hubo quienes se dieron cuenta de cómo cada sociedad tiene su tiempo e historia propios; cómo cada cultura se construye alrededor de un sentido del tiempo y cada trabajo se piensa como un espacio contenido en determinado tiempo.  Hoy, en la mayor crisis de la convivencia humana, una opción surge entre dos formas de uso del tiempo: en una, el hombre se vuelve una máquina programada entre otras máquinas; en otra, el hombre inventa el tiempo y puede dar ritmo a su propia vida.

       Ikram Antaki, filósofa y humanista siria, quien radicó en nuestro país, sintetizó magistralmente la historia del tiempo (antes de la “Breve Historia del Tiempo” de Stephen Hawking) en El Banquete de Platón, de cuyo texto he tomado los siguientes datos: “La primera medida del tiempo, está ligada con la necesidad del hombre de prever la lluvia, de controlar las reservas alimenticias.  Los mitos, que son la historia de los dioses, son vividos por los hombres como algo propio.  Su relato da un sentido al tiempo”.  En otro momento, menciona: “El tiempo existe por las actividades que lo llenan y los mitos que lo describen: apresurarse, ser lento, no tiene sentido: lo sagrado da sentido.  La naturaleza es la fuente de todo: de la concepción del tiempo, de su duración, de su medida”.

       Así, por ejemplo, entre los nuers de África, lo que determina el tiempo es el ganado y es el reloj de las tareas pastorales.  Los nuers no tienen una expresión equivalente a la palabra tiempo; sus referencias son las actividades mismas, los eventos que siguen un orden lógico.  En Madagascar, “una cocción de arroz” significa media hora; “una fritura de saltamontes” significa un instante.  En Birmania, cuando los días son más largos, dicen: “Hay suficiente luz para ver las venas de la mano”.

       “El tiempo es la medida de los hombres.  La lengua de los boruya distingue cuatro formas del pasado: el lejano, de los fundadores de los sueños, de los mitos, de los orígenes, cuando se construyó el orden del mundo, es tiempo de dioses; el pasado social, que designa los eventos gloriosos de la historia del pueblo; el pasado ordinario, es decir, la memoria de cada quien y el pasado cercano.  En comparación, el futuro no tiene peso”.

       Antaki resalta: “Cuando aparecen los grandes imperios teocráticos, los ritmos del tiempo de los dioses todavía controlan la vida social.  Tiempo y espacio se condensan en ritos, en los cuales el grupo encuentra su unidad.  En la edad de oro, todo es orden, justicia y felicidad.  Luego vienen las razas de plata, de bronce, de estaño y de hierro. En la edad de hierro reinaban el desorden, la violencia y la muerte; es el reino del caos.  Es entre los siglos VII y X cuando se construye el último orden del tiempo de los dioses: el tiempo cristiano.  Y como todo poder nuevo, la Iglesia cristiana cambió el punto cero de la era, lo estableció según su propio origen y lo logró.  Parece que fue el monje Denis de Petit quien propuso, en el año 532, contar los años a partir del nacimiento de Cristo”.

       Para los ciclos del Universo, poco tiempo ha pasado desde entonces y mucho menos desde que la América cristianizada adoptó esa manera de contar el tiempo.  Sin embargo, esa supuesta unidad planetaria hoy está siendo destrozada por el propio hombre.  Somos hijxs de la tierra, pero nos hemos diferenciado y alejado de ella hasta creernos extraños y superiores.  Hoy resulta urgente dar un mejor sentido al tiempo que nos ha tocado vivir… y contar.

       ¡Buen inicio de este continuado viaje!