DEBATAMOS MICHOACÁN: Inclusión educativa

La inclusión es uno de los componentes del derecho a la educación del ente social. Imagen: especial

Después de realizar en distintos momentos intervenciones sobre la importancia de la diversidad e inclusión en espacios escolares, tanto privados como públicos, comprendo que el concepto de inclusión educativa tiene límites poco tersos, es a veces ambiguo y otras controversial, se ha ido desarrollando gracias a una agenda pública internacional con impacto en diversos países incidiendo en las decisiones de política pública en las instituciones educativas.

La inclusión es un concepto que debe de tener sentido y coherencia, de lo contrario solo se advertirá como un slogan, como una aspiración, pero sin un sustento para comprender que para arribar a la inclusión se requiere de transformaciones de carácter estructural, también en el sentido superestructural y desde luego de la infraestructura, es decir, hay que tocar el sistema para avanzar significativamente en estos esfuerzos de comprender las diferencias como riqueza social y no división o exclusión.

Para la comprensión de la inclusión es importante conocer su significado en los procesos educativos, es decir, realizar una reflexión sobre o acerca de qué es y qué significa la inclusión educativa, que nos permita poner en marcha un ejercicio de complejidad, e ir desde el análisis de la transdisciplinariedad y los saberes, a través del ejercicio holístico, sistémico e interdependiente de las diferentes variables que intervienen.

La inclusión es uno de los componentes del derecho a la educación del ente social; es un principio que desde luego orienta el diseño de la política pública educativa, en donde se genera el reconocimiento y valoración del ente social, es decir, se reconoce la dignidad humana a partir de su condición ontológica, ética y real, de la diversidad, como riqueza social. La UNESCO define la inclusión como un medio para lograr el acceso equitativo de la diversidad del alumnado a una educación de calidad, sin ningún tipo de exclusión, sin ningún mecanismo de opresión.

Es decir, la inclusión como derecho exige que todas las escuelas acojan a las infancias, adolescencias y juventudes de la comunidad independiente de sus capacidades, origen sociocultural, género, etnia, orientación sexual, situaciones de vida, de salud, económica, social, o de manera sintética, sin tomar en consideración el género, el sexo, la raza, la clase.

Por ello, la importancia de que todo centro escolar o centro de trabajo educativo considera en sus normativas que la inclusión es todas las personas estudiantes y no solo aquellas que pueden ser excluidas por el sexo, género, clase o raza, o considerados como diferentes, especiales o en condiciones de vulnerabilidad.

La inclusión demanda  la máxima participación y presencia en el proceso educativo de toda la comunidad educativa, por ello, se requiere de identificar y evitar las barreras de distinta índole: infraestructura, ideológicas, culturales, de opresión y otras, en contra de la diferencia, en donde hay que hacer una valoración para reconocer y apreciar las diferentes culturas, identidades, características y capacidades que tienen las personas estudiantes, que por otro lado son generadoras de riqueza social.

Finalmente, la inclusión no es un proceso estático, es dinámico y genera la búsqueda permanente de actividades para fortalecer la inclusión y derribar la exclusión, presupone la búsqueda de mejoras e innovaciones para responder más positivamente a la diversidad de un alumnado que no es homogéneo, sino que es distinto en términos culturales, sociales, lingüístico, étnicos, dogmáticos, políticos y desde luego sexuales.

Que nos quede claro, hasta el día de hoy, no se cuenta con una política pública que asegure la presencia, el aprendizaje y la participación completa de todos los estudiantes en un sistema educativo; es decir, que garantice las condiciones de igualdad y favorezcan la sana convivencia en la diversidad, en la diferencia, asegurando el sentido de pertenencia y la cohesión social (confianza, pertenencia o adhesión, valores sólidos, y desde luego la convivencia que transite a la fraternidad y de ahí a la participación).

Por otro lado, Alan Dyson nos habla desde los dilemas que hay que abordar para la perspectiva de la inclusión, para él, los dilemas no se resuelven de manera definitiva. Se refieren a situaciones que involucran alternativas de acción contrarias (buena o mala), ninguna de las cuales es completamente deseable, poniendo al sujeto en el centro de la disyuntiva respecto de que opción escoger. Siempre hay elementos positivos y negativos en las opciones en juego, por lo mismo es un problema.

En definitiva, el carácter dilemático de la inclusión explica en buena parte su problemática y complejidad a la hora de la toma de decisiones en cualquiera de sus niveles, derivando en efectos más o menos deseables o favorables, dependiendo de las variables contextuales y culturales que entran en juego para su resolución. Podemos aventurar que también explicaría en parte, los desarrollos disímiles que se aprecian tanto en los planteamientos como en los procesos y prácticas de inclusión entre distintos sistemas educativos, comunidades escolares e incluso entre los actores educativos como individuos.

A continuación, presentamos tres dilemas relacionados con la inclusión que tienen vinculación con el reconocimiento, aprendizaje y participación de los estudiantes: dilema de identificación; dilema de agrupamiento y el dilema de promoción y desde luego que incluyo el dilema ideológico, que en mucho está presente para la defensa del binarismo y la jerarquización social y educativa.

El dilema de identificación, es decir, los mecanismos que se utilizan para la identificación y clasificación de los estudiantes en determinadas categorías sociales, los llamados vulnerables, los de necesidades especiales, con riesgo escolar. Uno de los dilemas que suelen enfrentar la comunidad educativa, es la decisión de utilizar mecanismos de identificación y clasificación de los estudiantes en determinadas categorías: alumnos “vulnerables”, “con necesidades educativas especiales”, “en riesgo de fracaso escolar”, “de orientación sexual o género no hegemónica” para asignar y distribuir los recursos disponibles y proporcionarle a los grupos en situación de desventaja programas diferenciados en función de sus particulares necesidades.

 Algunos de los argumentos a favor de estas medidas compensatorias, se identifican con el uso más eficiente y regulado de los recursos siempre insuficientes y las ventajas de las estrategias de focalización para asegurar que los apoyos lleguen a los beneficiarios. Los argumentos en contra son, efectos nocivos del uso de etiquetas, en particular cuando estas se asocian a atributos socialmente devaluados lo que no solo afecta el autoconcepto de los estudiantes, sino que además condiciona significativamente las expectativas de los profesores, los propios estudiantes y sus familias, con las consiguientes repercusiones en su desarrollo y aprendizaje.

En contraposición a esta alternativa, está la opción de que las escuelas dispongan de sistemas y recursos de apoyo que beneficien al conjunto de la comunidad escolar y a cualquier estudiante que los pueda requerir en algún momento de su trayectoria escolar, sin que estos se limiten a determinadas categorías de estudiantes. Contar con sistemas de apoyo que colaboren con el profesorado para abordar el desafío de una enseñanza más efectiva y adecuada a la diversidad del alumnado, es uno de los aspectos positivos y más promisorios de esta opción. Pero, al mismo tiempo, una excesiva flexibilidad en el uso y destinación de los recursos de apoyo en manos de las escuelas tiene el riesgo de que estos se diluyan entre las múltiples demandas que tienen las escuelas, o que se invisibilicen las necesidades de los estudiantes que requieren más ayuda.

Por otro lado, el dilema de agrupamiento, es decir, el cómo directivos y docentes determinan los criterios para distribuir a los estudiantes en los grupos. La disyuntiva es organizar los cursos y los agrupamientos al interior del aula, buscando que queden conformados de manera equilibrada en cuanto a la diversidad de características de los estudiantes, o conformarlos lo más homogéneamente posible, agrupando a los estudiantes en función de características y rendimiento académico similar.

Otro dilema es el de la promoción de curso o gado versus la repitencia. ¿Qué opción tomar frente a un estudiante que no ha alcanzado un rendimiento suficiente respecto de los aprendizajes esperados que establece el currículo, dejarlo repitiendo el curso, o pasarlo al siguiente nivel ?, con los resultados que una u otra opción puede suponer para su desarrollo; la persona estudiante vivirá en estigma y prejuicio permanente.