Una maternidad no elegida

En México, aunque no se cuente con cifras “exactas”, precisamente porque muchos casos no se denuncian, desde hace décadas se embarazan más de 600 mil adolescentes cada año. | Fotografía: Pedro Pardo/AFP

Esta es una historia de años atrás, pero que bien puede seguir siendo parte de una sociedad que muy poco ha logrado en su lucha por erradicar “todo tipo de violencia de género”.  Seguimos documentando que muchas niñas, de entre 13 y 19 años, están despertando a una vida que no deseaban.

       Ella pudo continuar sus estudios en una preparatoria abierta, adonde se le daba oportunidad de asistir sólo algunas tardes para recibir asesoría, mientras atendía la crianza de su hijo, recién nacido.  Es alta, de tez morena clara, grácil figura, carácter afable y aunque cuando la conocimos apenas contaba con 17 años, Lina (como la llamaremos) ya era madre soltera.

       Para esta joven, como para muchas más de esta región (en donde ocurre un alto índice de embarazos entre adolescentes), la vida no ha sido fácil, porque a su maternidad temprana (15 años), hay que añadir el agravante de que su único hijo es producto de una violación.

       Conocimos su caso en una ocasión en que realizábamos un acto por el Día de la No Violencia contra Mujeres y Niñas en la Plaza Gertrudis Bocanegra (hoy también violentada por decisiones de Gobierno), adonde se acercó para saludar a una de nuestras compañeras.  Con mucha naturalidad, Lina se integró a nuestro evento y se animó a distribuir material informativo a quienes se acercaban.  Al terminar la jornada, tuvimos oportunidad de charlar y compartir…

       La historia de Lina nos mostró, con toda su rudeza, la incomprensión que suele rodear a cualquier mujer que se encuentre atravesando por momentos críticos en su vida o, mejor aún, nos permitió observar cómo las circunstancias sociales van contribuyendo a que una niña transite por situaciones tan dolorosas en el hogar, en el ámbito escolar y en la comunidad.

        Aquella tarde de noviembre (que ahora recuerdo nublada y fría), Lina recordó que estaba por terminar la secundaria, cuando al salir de una “disco” en compañía de otras amigas, unos sujetos (al parecer drogados) las siguieron y ellas tuvieron qué correr.  Cuando parecía que los habían dejado atrás, se separaron y Lina caminó hacia su casa sin poder llegar, pues dos de esos individuos (jóvenes) la llevaron a jalones a un lugar apartado, en donde la golpearon y la ultrajaron.

       Al llegar a casa y a pesar del estado en que se encontraba, la reacción de su familia pasó de la ira a la comprensión (con sus reservas, pues su padre y uno de sus hermanos, todavía a la fecha la siguen tratando con frialdad) y decidieron acompañarla a denunciar.  Desacostumbrados al trato frío e indiferente de los empleados del Ministerio Público (incluidas mujeres que no ocultaban su hostilidad para con las denunciantes), Lina decidió retirarse del proceso porque su estado emocional ya no le permitió continuar, luego de recibir como exigencia para ella, la presentación de testigos.  Y en su escuela: además de pedirle “no hablar del tema”, sin ofrecer ningún tipo de ayuda emocional, se creó un ambiente bastante hostil cuando se dieron cuenta de su embarazo.

       A pesar de que habían pasado algunos años desde lo acontecido, Lina recordaba con dolor cómo algunos compañeros y maestros la miraban con sorna, e incluso cómo, entre las mismas compañeras y maestras, se corrían comentarios bastante hirientes hacia “su conducta”.  Y se dio cuenta de que este trato no era igual para algunos compañeros varones, los que incluso llegaban a alardear de tener relaciones sexuales con varias jóvenes (compañeras de otros grupos, incluso): -“Y a ellos les aplaudían estas acciones”.

       Por fortuna para nuestra joven amiga, hubo una sola maestra que además de escucharla y buscarla cuando decidió ya no asistir a la escuela secundaria, le sugirió buscar el apoyo psicológico que necesitaban ella y su familia.

       Nos dice que la decisión de tener a su hijo “fue de corazón” y aunque habiendo transcurrido dos años desde el acontecimiento que “le cambió la vida”, todavía recibía apoyo emocional, reconociendo que había logrado recuperar seguridad y al compartir su experiencia con más mujeres, estaba encontrando muchas personas que le ofrecían apoyo, acompañamiento y orientación sin condicionamientos.  Una de ellas, la maestra de quien recibió la sugerencia de buscar ayuda emocional, hoy se cuenta como una amiga.

       Por cierto, tiempo después contactamos casualmente a esa maestra, quien resultó una magnífica aliada para la labor que estuvimos desarrollando entre adolescentes de la localidad: la promoción de los derechos sexuales y reproductivos, contemplados desde la perspectiva de género, algo que, por cierto, todavía hoy, no todxs lxs docentes entienden.

       Lo sucedido a esta joven no es sino el reflejo de un problema de enormes dimensiones que continuamos soslayando desde hace décadas.  En México, aunque no se cuente con cifras “exactas”, precisamente porque muchos casos no se denuncian, desde hace décadas se embarazan más de 600 mil adolescentes cada año.  Las madres-niñas, de entre 13 y 19 años, están despertando a una vida que no deseaban, menciona Andrea Bárcena, quien ha sido directora del Centro Mexicano para los Derechos de la Infancia.  Algunas, ignorantes o desinformadas, terminan descubriendo, con alto riesgo, una sexualidad prohibida, y otras, sufriendo la brutalidad de una agresión.  Todas, sin disfrutar la sensación de ser mujeres libres.

       “Yo quiero que cambien estos tratos desiguales entre hombres y mujeres, en todos los aspectos.  No deseo una experiencia igual a la mía para nadie.  Por eso transmito lo que viví, que es como una herida que puede tardar en cicatrizar… y hay que atender”, nos dijo entonces Lina.

Y es por ella que hoy vuelvo a compartir “su historia”, que es la historia de tantas niñas que han pasado a ser madres, sin habérselo propuesto.  Sin haberlo decidido.

       Ella, “su maestra”, y nosotras, como parte de la sociedad civil, estamos convencidas de la urgente necesidad de rectificar el rumbo y empeñarnos (hombres y mujeres) en la formación de seres humanos autónomos, responsables, educados, que se encaminen a la búsqueda y aprovechamiento de sus posibilidades, resignificándose como sujetos de derecho.  Y es un cambio posible, que surge de cada unx de nosotrxs.

       Hoy saludo, desde este espacio, a todas esas niñas que también se han convertido en madres y que se encuentran recuperando una autonomía que les ha sido arrebatada por distintas circunstancias.  Y expreso mi gratitud a Lina, quien, compartiendo su experiencia, seguramente ha contribuido a “dar un giro” en la historia de muchas mujeres de esta región.