Agravios y sueños de un lago

Lago de Pátzcuaro. (Foto: especial)

El Lago de Pátzcuaro es depositario de una tradición cultural e histórica particularmente vigorosa.  A lo largo de los siglos, sus tranquilas aguas han presenciado los acontecimientos más trascendentes de México y su historia ha estado íntimamente ligada a la de un pueblo que logró construir un imperio que llegaba a su esplendor, en los aciagos tiempos de la caída de la Gran Tenochtitlan, a manos de los conquistadores extremeños.

       Por los ancestrales caminos y en cada una de las comunidades que rodean la cuenca del denominado Japóndarhu (“Lugar de Agua” en voces p’urhépecha) aún se descubren las huellas de culturas muy antiguas, de antes de la era Cristiana, de las que casi ignoramos todo, excepto que dejaron testimonio de su presencia, sobre todo, por la cantidad de grandes o pequeños “adoratorios”, sin duda relacionados al culto de la agricultura, como hoy sabemos, resulta una constante en la historia de la humanidad. 

       “La riqueza ecológica de la cuenca del lago (de Pátzcuaro), permitía el aprovechamiento de una gran cantidad de recursos naturales a través de prácticas de caza, pesca y recolección, lo que favoreció el mantenimiento del equilibrio ecológico.  Estos recursos servían también para la construcción: arcilla, piedra (volcánica, principalmente), fibras vegetales y en poca proporción, madera usada para postes en construcciones ceremoniales, o para embarcaciones de mediana envergadura (canoas).  Para uso doméstico y para la alfarería, la leña se recogía del territorio boscoso que abundaba en la región”.

       Hoy también sabemos que las terrazas construidas en las laderas de los cerros que rodean el Lago, se hacían mediante el relleno con tierra y la edificación de muros de contención.  En ellas cultivaban y edificaban sus casas los antiguos pobladores, siendo el cultivo del maíz, complementado con frijol, calabaza, chile, jitomate, amaranto y quelites: la dieta más completa y equilibrada que ofrece La Milpa.  La agricultura, como atestiguan investigaciones especializadas de   la Cuenca, se ha practicado desde hace aproximadamente 3,500 años.  Y estas terrazas igualmente permitieron el control de la erosión, evitando que las lluvias arrastraran grandes cantidades de tierra al fondo del lago.

       Apenas y casi para terminar el siglo XX, nos dimos cuenta de lo que significó no “el descubrimiento”, sino la Conquista del territorio de este continente denominado América.  Para especialistas en temas ambientales, “en 1492, se concretó” la invasión de los espacios que permanecían vírgenes, ante el avance de la filosofía del control, de la sobreexplotación del hombre y de la naturaleza.  Y nuestra Cuenca no fue la excepción: quienes llegaron blandiendo la espada (y la cruz), fueron los que entendían muy bien de que “controlar el agua, era lo que permitía controlar la vida y destino de pueblos y pobladores”.  Así fue como da inicio este “desastre ambiental” que hoy vivimos… a nivel global.

       Estudios antropológicos realizados a finales de los años noventa, documentan que “a partir de 1591, la Corona Española otorgó para la Nueva España (tierras nuestras) el derecho de composición a quienes tuvieran en usufructo terrenos rurales o urbanos y que no tuvieran los títulos reales respectivos: mediante cierta cantidad de dinero se obtenía la legislación de su propiedad, mediante el título real que la amparaba.   Durante los siglos XVV y XVIII tuvieron lugar varios periodos de composición de tierras y aguas en Michoacán: 1617, 1645-1646 (Pátzcuaro), 1685, 1701-1720 (Pátzcuaro) y 1756-1780”.

Aquí entendemos desde cuándo se ha venido dando este despojo y control de agua y tierra.  Algo interesante y apenas conocido también, es que “en 1714, el islote llamado Copujo quedó como tierra emergida a consecuencia de una larga temporada de sequía.  Tres comunidades pretendieron obtenerlo en propiedad a través de la composición: Tócuaro, Xarácuaro y Arócutin.  Sin embargo, la presión de las grandes haciendas sobre los límites de tierras comunales, llegó a provocar el desplazamiento de algunos pueblos indígenas.”  Y a pesar de que hoy se tiene legislado lo referente al patrimonio histórico y arqueológico de la Nación, las poblaciones amestizadas, ya han perdido interés en este legado. Toda esta desmemoria, por supuesto que “duele al Lago”.

       Hace más de 6 lustros, ya se daban voces de alerta para lo que se veía llegar.  Cuanto más desconocimiento se tiene de nuestra historia, la indiferencia gana terreno y llega la voracidad.  Cuanto más desprecio para quienes cada día cuidan, cultivan y hacen posible que llegue a nuestra mesa lo más valioso para la existencia: los alimentos que nutren cuerpo, alma y razón, vamos encaminándonos a un precipicio sin posibilidad de dar marcha atrás.  Propios y extraños han medrado con la prodigalidad del Lago: sus bosques caen derribados o calcinados por manos ambiciosas y la tierra que los sostenía baja precipitada a morir en las aguas.  Durante mucho tiempo, el encanto del Lago se ocultaba en sus bosques.  

       Sin duda: los invasores han regresado y con armas sutiles y engañosas cambian nuestra palabra y generosidad, nuestras vestiduras y hasta nuestros pensamientos.  “Astutos y reptantes, se han colado por las rendijas de nuestro espíritu y nos repiten la misma historia: cuentas por oro, espejos por plata y pobreza sometida a la fachada de los espectáculos… aderezados con alcohol.  Ya no cantamos igual que antes, ya no se aprecian nuestros huaraches y nuestras telas; nuestros hijos se van y no quieren regresar al seno maternal del Lago.  Viajero: el maíz y el pescado ya no son los pilares de nuestro alimento.  Nuestra alegría empieza a despeñarse en un precipicio de plástico y el orgullo del Lago se revuelve en sus adentros”, cita el texto de un añoso documento de la Secretaría de Educación Pública, en la presentación de una exposición fotográfica.

       Sin embargo, todavía existen voces, pensamientos y acciones que nos llenan de esperanza.  En algunas comunidades de la Cuenca, durante esta etapa de mayor crisis (que inició a la par de la “pandemia”), muchas personas que auténticamente aman a la fuente de Vida que representa nuestra Cuenca, se han venido uniendo y con su sola voluntad están literalmente “resistiendo” el acoso o el desdén de quienes sólo ven a los recursos como fuente de ganancia.  Si compartimos territorio, compartimos responsabilidad.  Resulta impostergable estar al lado de quienes aman y respetan todo lo que nos permite la Vida, como derecho irrenunciable.

       Convoquemos a la fuerza de la tradición: a los peces, a la risa de los árboles y a la conciencia de todos para acompañar en su restauración a nuestro Lago.  Exhortemos a las potencias de la Naturaleza y a las del Ser Humano, para salvarnos en unidad.  No hay excusa ni pretexto:  Convoquemos a la Ciencia, a la Magia, a la Poesía y a la Voluntad, para lograr un esfuerzo organizado y activo que logre detener la avalancha provocada por el descuido de habitantes (propios y extraños) y quienes tienen la facultad y responsabilidad que otorgan leyes y reglamentos, para el resguardo y protección de nuestro Hábitat. “ El Lago me Salva”.