Un 21 de julio en Pátzcuaro

El maestro Antonio Salas León, oriundo de la ciudad de Pátzcuaro, documentó en su libro “Cosas de Antaño y Ogaño”  (editado en 1941), una amplia crónica del Hospital y el Templo de San Francisco, el más antiguo de los que existen en la ciudad, que fue construido por los indígenas de ese barrio bajo la dirección de los Padres Franciscanos, siendo abierto al culto en el año de 1545.

Casi dos siglos después, en 1722, el Papa Clemente XIV ordenó a todos los Obispos de los dominios españoles que señalaran únicamente una o dos iglesias en cada ciudad, villa o pueblo, que gozaran del privilegio de Inmunidad Eclesiástica o Sagrado Asilo. Y así fue que el entonces Obispo de Michoacán, don Luis Fernández de Hoyos y Mier expidió un edicto fechado en Valladolid (Morelia), señalando las iglesias que en su jurisdicción deberían gozar de tal privilegio, designando para esta ciudad lacustre la Iglesia y Cementerio del Hospital de San Francisco.

Cuando las tropas republicanas atacaron a esta ciudad, el día 5 de enero del año 1867, los imperialistas que la defendían se fortificaron en la torre de este templo, donde presentaron una tenaz resistencia; entonces el coronel Don Vicente Villada, para desalojarlos, hizo quemar el templo, con lo que quedó en un estado verdaderamente lamentable.  Poco después fue reparado por los RR.PP. Fray Juan Pérez y Don Francisco Manríquez, alzando los muros para darle mayor elevación al edificio y construyeron la fachada que ahora tiene.

Posteriormente, el padre don Maximino Aguilar (canónigo de la Basílica de esta ciudad), llevó a cabo algunas reparaciones al templo franciscano, decorándolo con muy buen gusto.  Cuando estos trabajos estuvieron terminados, el templo fue solemnemente consagrado por Don Luis M. Martínez Rodríguez, coadjuntor del Arzobispado de Morelia y después Primado de México, el día 20 de julio del año 1930.

Para entonces, la fecha recordaba los acontecimientos milagrosos sucedidos un 21 de julio del año 1656, mismos que el maestro Salas León describe así: “En este templo (franciscano) se venera un crucifijo de tamaño natural, hecho de pasta de caña de maíz y que es notable por el realismo de su postura, que es de cuerpo sin vida, verdaderamente colgado en la cruz, muy en contra posición de los demás crucifijos de la región, cuya actitud es de rigidez y anti-natural de un cuerpo yacente.  Desde hace trescientos años, esta imagen, que se conoce con el nombre de “El Señor de la Tercera Orden” es objeto de gran veneración, debido a los movimientos que se advirtieron en ella durante varias horas y que culminaron a las cinco de la tarde del día veintiuno  del mes de julio del año 1656, como lo atestiguan documentos relativos y que aseguran que la postura que ahora guarda la imagen no es la original; que parece que estaba erguida y que se dobló hasta quedar como ahora se encuentra por los movimientos fuertes que efectuó…”.

Y para remitirnos a la “relación de hechos” enviada por el Alcalde Mayor de esta ciudad, don Diego de Bracamontes Dávila al señor Obispo de Michoacán, Fray Marcos Ramírez de Prado para informar de los milagrosos acontecimientos, me referiré a lo que nuestro cronista, Enrique Soto González escribió en su libro “Pátzcuaro Legendario”, editado en el año 1983:  “Una de las mejores imágenes que se crearon en los talleres de esculturas de pasta de caña de maíz en Pátzcuaro, fue la imagen del Señor de la Tercera Orden, obra de hechos milagrosos sucedidos el día 21 de julio de 1656, mismos que asombraron y llenaron de devoción a los muchos vecinos que fueron testigos de ellos. Como lo indica la relación de hechos.  Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Obispo: Ayer, veintiuno de los corrientes, sucedió un prodigio en esta Ciudad, como a las cinco y media de la tarde, que aún al contarlo espeluzna los cabellos.  Oí tocar muy aprisa la campana que está junto a la capilla de la Cruz Milagrosa, pregunté la causa, dijéronme que era cierta señal que temblaba; acudí con toda presteza para ver una cosa que deseaba mucho, y llegando cerca me dieron noticias que temblaba el cristo (que está en la capilla de los Religiosos de San Francisco) y no la cruz”.

“Fui con diez o doce personas y hallé otras muchas que habían acudido a ver esta maravilla; vimos todos y lo juraremos (si fuese necesario) temblar el brazo izquierdo algunas veces y después todo el cuerpo, clara y distintamente apartándose de la cruz como dos o tres dedos poco más o menos, durando este temblor cuatro credos poco más o menos con notable asombro, temor y ternura de los que nos hallábamos presentes; yo me hice predicador y les dije que nuestros pecados eran tan grandes y tan excesivos, que parece a nuestro modo de entender hacían temblar al mismo Dios. Doy cuenta a V:S. Ilustrísima para cumplir con la obligación de mi oficio, y para que como tan Santo y Celoso Prelado cumpla V. S. con las que le tocasen en el suyo, cuya persona guarde Dios en la grandeza y puestos que merece.  Julio veintisiete y mil seiscientos cincuenta y seis.  Besa la mano de V.S. Ilustrísima su más afecto servidor.  José Diego de Bracamontes Dávila”.

Y continúa la narrativa de don Enrique Soto González:  “Las declaraciones que se hicieron  bajo juramento ante el Juez Eclesiástico y su secretario, con muy ligeras variantes, precedieron de los siguientes testigos: Don Antonio Cortés de Heredia, Teniente General de esta Provincia; Fray Pedro de Sanda, de la Orden de San Agustín; don Luis Rueda Ponce, Fray Luis Baños, Don Fabián Rivera Guasca; Don Pedro Bracamonte; Don Bernardo Carranza; Don Julio Leisca; Don Mateo Campos y Don Constantino Huitziméngari Caltzontzi, nieto del último emperador de Michoacán y Gobernador del común de los indios de esta ciudad de Pátzcuaro”.

       Quienes han tenido oportunidad de admirar esta imagen, afirman que ninguna otra por ellos conocida tiene tanta vida ni refleja tanto dolor… Y aún los escépticos, afirman que el trabajo artístico de la hechura resulta verdaderamente milagroso.         Muchos años han pasado (364, para ser exactos) desde que el Señor de la Tercera Orden, escultura hecha con la antiquísima técnica de pasta de caña de maíz, protagonizara esos movimientos milagrosos que hicieron crecer la devoción de que ya era objeto.  Este año, a pesar de la crisis sanitaria que nos obliga a “tomar distancia”, aún de prácticas tan esenciales para nuestra existencia, tomando en cuenta las debidas precauciones, pudimos acudir a presentar nuestra veneración y respeto a esta entrañable imagen, como nos lo enseñaron nuestros mayores.