Maternidades a través del espejo

Las mujeres que llegan casi a ciegas a la maternidad, se esfuerzan (no todas) por cumplir esa carencia de conocimiento informado y se entregan “de lleno” a ser madres. (Foto: ACG)

Alguna conocida, promotora de salud, afirmó categórica durante un taller que se nos ofrecía, dedicado específicamente al tema Derechos sexuales y reproductivos para Adolescentes: “Ha llegado el siglo XXI y las jóvenes madres (cada día más jóvenes) continúan desinformadas, manipuladas y victimizadas, desde la familia y por la misma sociedad.”  Si esto sucedió hace más de una década, ¿han cambiado las cosas?

       Una mujer adulta y abuela, como yo, podría suponer que hoy día, con “tanta información” que circula entre jóvenes, las mujeres que traen hijxs al mundo se encuentran mejor preparadas que las generaciones de hace tres o más décadas atrás.  Sin embargo, la lacerante realidad nos muestra con crudeza lo contrario: cada día se embarazan o son embarazadas cientos de niñas y adolescentes, sin habérselo propuesto y también crece el número de niños y niñas que son abandonados a su suerte o terminan siendo “adoptadxs” por abuelos u otros parientes… sin desearlo.  A la par, los nacimientos por cesárea resultan cosa cotidiana y el daño a la salud de todas esas mujeres-madres se convierte en enfermedades con las que tendrán que batallar de por vida.

       Por increíble que parezca, todavía una gran mayoría de mujeres que llegan a la maternidad, continúan ignorantes de la propia fisiología y, obviamente, desconocen lo concerniente a nuestra antropología… a pesar de tantos medios que generan información al respecto.  Así, lo que resulta evidente en estos últimos siglos “de modernidad”, es el desconocimiento que tienen de sí tanto mujeres como hombres.  “Nosce te ipsum”, es la frase en latín que recuerdo haber escuchado por primera vez en casa, tal vez en boca de mi padre o de un hermano, pero que resultó de tanto significado para mi persona.  Traducida al pie de la letra, significa: “conócete a ti misma”.

       Años más tarde, libros y lecturas de por medio, pude entender el completo valor de esa sentencia latina que ha rodado de boca en boca (aunque no en todas), desde los tiempos de Cicerón.  Y por un afortunado libro (de Antonio Oriol Anguera, antropólogo español), completé la frase que me ha acompañado durante décadas y que ha servido de pretexto para dialogar con mujeres de distintas edades: “Conócete a ti misma; transfórmate a ti misma; realízate a ti misma”.  Que viene a resultar, no una lección de egoísmo, sino el principio de contribuir a cambiar afirmativamente conductas sociales que resultan dañinas.

       Hace unos seis años, aproximadamente, a propósito de los festejos consumistas por el día de la mujer-madre, charlando con algunas jóvenes conocidas que aún no formaban pareja, vino a colación lo que una conocida antropóloga menciona, de cuando una mujer ignora lo que implica dar vida a un nuevo ser: “Parte del problema de la maternidad, es el que vemos en toda relación.  Cuando una persona no tiene resueltos sus problemas, no se ha enfrentado a sus traumas; cuando la pareja conserva sentimientos o emociones dolorosos, que no han sido siquiera identificados, es difícil transmitir una actitud saludable a hijos e hijas.  Los críos absorben todo y lo hacen de una manera imposible de evitar: lo sienten.  Desde el embarazo, el bebé siente todo lo que ocurre a sus padres… si es deseado, si se desea varón, si se tiene miedo de tenerlo o si es conflicto su llegada.  Cuando nace ese bebé, nace entonces con los traumas familiares integrados; traumas que, por lo regular, serán reforzados con el cotidiano”.

       Pero las mujeres que llegan casi a ciegas a la maternidad, se esfuerzan (no todas) por cumplir esa carencia de conocimiento informado y se entregan “de lleno” a ser madres, olvidando la vida propia, porque además de lo que exige la sociedad, cualquier falla al respecto será utilizada para juzgarla y condenarla de por vida.  Por lo general, cualquier mujer que ha pasado por una maternidad forzada o espontánea, suele olvidarse de sí y llega a sufrir severos traumas y permanentes frustraciones, volviéndose iracunda, neurótica, intransigente, autoritaria y controladora.  Precisamente, dando todo lo que no deseamos para nosotras.  ¿Podemos imaginar cómo serán todos esos niños y niñas, nacidos de mujeres casi niñas también?

       Las jóvenes con quienes tuve esta charla, acertadamente comentaron que un reflejo claro del tipo de maternidad que actualmente experimentan muchísimas mujeres sin una preparación adecuada, resulta en una alarmante cantidad de niños y niñas que son “educados” por la televisión o cualquier medio electrónico: pequeñxs desatendidxs, con mala alimentación, con actitudes agresivas e hiperactivas; sin interés por los juegos en grupo, por la narración o la lectura… sin cercanía ni respeto por sus mayores.  Y bueno, también mencionaron que una maternidad desinformada puede dar como resultado jóvenes depresivos, poco sociables y con altas posibilidades de ser enroladxs por la delincuencia.

       Cada vez a más personas nos parecen falsas las frases que pretenden ser halagadoras cuando de una madre se habla: se dice que la madre es la reina del hogar, que la mujer es transmisora de valores, que es la educadora de sus hijxs.  Más que reconocimientos, éstas y otras frases contienen mensajes manipuladores, porque si observamos la realidad, nos encontramos con la paradoja que se puede demostrar con algunos ejemplos: la reina del hogar es una reina sin poder, porque casi nunca tiene derecho a tomar decisiones, ni sobre ella ni sobre su familia; una reina sin colaboradores, porque todavía en estos tiempos en que tanto se habla de “equidad de género”, ella sola realiza los trabajos del hogar desde que se levanta, hasta que se acuesta; una reina, en fin, cuyo reino es un espacio rutinario y sin posibilidades de desarrollo personal.  Entonces, ¿cómo puede ser posible que “transmita valores”?

       Es sólo hasta las últimas décadas (y no precisamente entre la totalidad de las nuevas generaciones), que cada vez más mujeres estamos aprendiendo que para ser madre, una tiene que empezar por conocerse a sí misma, porque sólo de esta manera se logra entender que nuestros hijos e hijas tienen una personalidad propia desde que nacen y que nuestra labor es formarles y apoyarles en lo que necesiten para su desarrollo.

       Día de flores y regalos vendidos a precios de agradecimientos o de culpas; de lavadoras, licuadoras y un sinfín de aparatejos “para hacer menos pesado el trabajo y más llevadera la vida de mamá”.  Día en que el melodrama publicitario rinde jugosas ganancias; día excluyente para algunas madres solteras, las estériles, las que mendigan… incluso para las que tienen hijxs desaparecidxs.

       Resultando casi imposible sustraerse a fechas tan “de guardar”, sirva ésta también para reconocer a las muchas mujeres que siendo (o no) madres, empiezan a mirar más allá del espejo, para ser capaces de construir un nuevo sujeto social, desde nosotras mismas y no desde una abstracción impuesta.  Tomando las mejores decisiones de manera autónoma, auténtica y amorosamente responsable.