Septiembre, un nacionalismo epidérmico

Fuente de "Las Tarascas" en Morelia se ilumina con los colores patrios | Fotografía: Agencia de Comunicación Gráfica.

Llega septiembre y con el las llamadas festividades patrias. Desfiles, discursos, una profusión de adornos tricolores, se desata la mercadotecnia y se nos invita a celebrar el llamado “grito” en tal o cual lugar, espectáculo y bebidas incluidas.

México, como tantos otros países, es una nación con muchas tradiciones, y con bastante anticipación se prepara cada año para celebrar las fiestas de septiembre, un período festivo que culmina el 15 y 16 de septiembre cuando oficialmente se conmemora el inicio del proceso de independencia del país.

Evidentemente las llamadas “Fiestas patrias” son una muestra de nacionalismo y de algo que podríamos llamar “orgullo patrio”. El nacionalismo se refiere al amor y la devoción por la propia nación, su cultura, historia y valores. El orgullo patrio es un componente del nacionalismo, y se manifiesta de múltiples formas desde la participación en eventos cívicos, desfiles, charros, mariachis, decoración con la bandera nacional y el consumo de alimentos y bebidas consideradas como típicas.

Aquí vale la pena mencionar que si bien el nacionalismo puede ser una fuerza positiva que fomente la cohesión social y el respeto por la cultura y la historia de un país, también puede ser indeseable, incluso tóxico, cuando se utiliza para justificar actitudes xenófobas, racistas o excluyentes. Un sano nacionalismo debe promover la diversidad y los valores universales de igualdad y respeto.

Es bueno celebrar, no hay problema, pero también estas fiestas nos deberían servir para recordar y reflexionar sobre el pasado y el presente de México, reconocer que a pesar de lo generosa que ha sido la geografía con nuestro país, sus grandes recursos, enormes litorales, extensas fronteras, su benévolo clima y una larga serie de ventajas nosotros, sus habitantes, no hemos estado a la altura de las circunstancias, y admitir que algo, o mucho, no hemos hecho bien.

Veamos: la Educación es un desastre y en el México moderno ha fracasado cuanto intento se ha hecho para mejorarla, la productividad laboral es baja comparándola con estándares mundiales, la dependencia en materia de alimentación es preocupante, y no se diga la dependencia tecnológica pues en este renglón la diferencia con nuestros vecinos del norte y los países de Europa occidental es astronómica. La desigualdad en el reparto de la riqueza es insultante.

Ahora bien, ¿de quién es la culpa? Van primero algunos antecedentes para no caer en el fácil expediente de señalar culpables ajenos cuando aquí tenemos excelentes candidatos. Recordemos que aquí, en la entonces Nueva España, en 1551 se fundó la Universidad Real y Pontificia de México (la actual UNAM) por decreto de Felipe II de España. En comparación, la primera universidad de los Estados Unidos, la de Harvard, se fundó apenas en 1636, ni más ni menos que 85 años más tarde, y la de Yale en 1701 ¡150 años después! ¿Qué pasó con nosotros? Buena pregunta.

Resulta también que la primera imprenta de América se estableció en México, en 1539, y en los Estados Unidos apenas en 1628, ¡89 años después que nosotros! En cuanto a la solidez del peso mexicano, ni hablar: en la época de la Colonia era de lo más confiable a nivel mundial. A la fecha de nuestra Independencia, en 1821, México ocupaba un territorio que iba desde California hasta Texas, pasando por Utah, Nevada, Arizona y Nuevo México.

¿Qué pasó? ¿Por qué terminamos con apenas la mitad del territorio original y a la cola del desarrollo educativo, industrial y tecnológico? Las respuestas hay que buscarlas en muchos lados, desde un nocivo centralismo, una religión que promociona la conformidad, la corrupción, el influyentismo y la tolerancia con los ineficientes. Y ya en el siglo XX, la implantación de la llamada “dictadura perfecta” que corrompió generaciones completas de mexicanos, ayudada, entre otras cosas, por una prensa y una televisión serviles hasta la abyección; dictadura que con otro nombre y ahora de color guinda ha regresado, y recargada.

En esto del orgullo patrio no hemos mejorado mucho, pues repetidas encuestas muestran que el mexicano no está particularmente orgulloso de su país, salvo en sus expresiones meramente folklóricas.

México no saldrá de su atraso gritando «vivas», ni lanzando loas a los «Héroes que nos dieron patria» El cambio no se hace solo, ni lo puede hacer un grupo fragmentado de opositores. Se necesita concientización y unión. Sin unión terminaremos fatalmente como Venezuela, un país con muchos pseudo líderes, pero incapaces de unirse.

Tenemos una oportunidad. Debemos aprovecharla.