Extravío de los valores

Los valores influyen en la orientación y motivación de la toma de decisiones de los miembros de una colectividad para ayudar a la otredad.

Obviamente, el encabezado de esto que escribo, no se refiere a la valoración que se les da a los objetos; no se relaciona con los bienes materiales o de consumo, sino con esas motivaciones para nuestro comportamiento, que algunos filósofos consideran la verdadera naturaleza del propio Ser: la paz, el amor, el altruismo o la generosidad. Componentes del rico y diverso patrimonio cultural, filosófico y social de la humanidad: son los Valores.

       Humanistas de todas las épocas en nuestra historia, han insistido que el cultivo y ejercicio de esos valores, resultan un patrimonio que trae consigo: amor, cooperación, felicidad, honestidad, humildad, libertad, paz, respeto, responsabilidad, sencillez, tolerancia y unidad; motivaciones para nuestro comportamiento, que permiten dotar de valía o importancia a la existencia (propia y ajena), e influir en cómo la vemos, percibimos y construimos junto a lxs demás.

       Hoy en día (en plena decadencia de un sistema basado puramente en lo económico), la mayoría de la gente se encuentra profundamente influida por los valores materiales como la posición social, la riqueza pecuniaria, la apariencia externa o las posesiones personales, y define su “valía” mediante esos valores materiales cuantificables.  Y en esta actitud, sin duda, se encuentra el origen del colapso que estamos viviendo: la violencia en las sociedades, la depredación de la Naturaleza, el desplazamiento forzado de millones de seres, la extinción de tantas especies vegetales y animales, así como la contaminación de culturas minoritarias, que sucumben ante la crisis del mundo occidental.

       “El desempleo mundial ha rebasado sus propios límites”, señalan los estudiosos de la economía.  Y ello se debe, como muchos sabemos, a la ambición desmedida de los grandes capitales, empresas y monopolios que sólo se proponen acumular riqueza, creando sobreexplotación y especulación como nuevas formas de esclavitud.

       Entonces, el miedo al desempleo permite que impunemente se burlen los derechos laborales legalmente consagrados con valor universal y éstos, a nivel mundial, empiecen a formar parte de un catálogo de reliquias “que fueron conquista de la clase obrera”: la asistencia médica, la jornada de ocho horas, los aportes patronales, el seguro contra accidentes de trabajo, el salario vacacional, el aguinaldo o el reparto de utilidades y las asignaciones familiares, además de las jubilaciones.  Y en contraparte, individuos que abusan de todos estos logros “que no les costaron”, pero sí los corrompen.

       Con autorización de gobiernos “democráticos” (que obviamente hacen caso omiso a los mencionados valores) son numerosas las industrias que emigran a los países pobres en busca de brazos, que los hay baratísimos y en abundancia.  Los gobiernos de esos países (como el nuestro) dan la bienvenida a las nuevas “fuentes de empleo” que en bandeja de plata traen los “mesías” del progreso: cadenas de tiendas, de hoteles y restaurantes de alimentos y productos chatarra, además (como Walt Mart, Sanborn’s, McDonald’s, etcétera): la Esso, Monsanto y otras.

       En América Latina, la nueva realidad del mundo (la humillación globalizada) se traduce en un vertical crecimiento del llamado “sector informal” de la economía.  El sector informal, que traducido significa “trabajo al margen de la Ley”, ofrece 85 de cada 100 empleos.  Los trabajadores fuera de la ley trabajan más, ganan menos, no reciben beneficios sociales y no están amparados por garantías laborales conquistadas en largos años… duros años de lucha sindical.  Y tampoco es mucho mejor la situación de trabajadores en “empresas legales”: desregularización, flexibilización o “promoción” son los eufemismos que definen una situación en la que cada cual debe arreglárselas como pueda.

       Por supuesto que la productividad para un mundo mercantilizado tiene por fuerza que hacer a un lado esos principios éticos denominados “valores”, porque “se trata de restar valía al individuo” y lograr que cada persona sólo viva interesada en su pequeño círculo.  El empresario, pensando en acumular más dinero; el fabricante, en ampliar la producción a menor costo; el político, pensando en favorecer a su partido y a sus propios intereses; el militar, en su agresivo y probado desempeño y en su armamento; el que tiene jornada de hasta quince horas o varias “chambitas”, en la sobrevivencia de cada día.

       El colapso no permite siquiera pensar en el sentido de responsabilidad general relacionada con la calidad de vida o con la solidaridad y resulta como una nueva religión: ser rico o acumular bienes materiales, se convierte en el objetivo a alcanzar.  “Se ha olvidado el significado de la vida, el cual se relaciona con la dignidad”, opina el filósofo holandés Rob Riemen.

       Y ¿cómo andamos de Valores en el país?  Parecen sufrir de extravío.  México tiene el “honor” de que nueve de sus ciudades se han encontrado, en distintas ocasiones, entre las primeras 50 más violentas del mundo.  Pero, además, la delincuencia va multiplicándose radicalmente, no solamente la del narcotráfico, sino también la que no tiene que ver con este flagelo.  “Los delitos del narco, hasta hace unos cuatro años, sólo representaban el 0.5 por ciento del total de los ocurridos en un año en el país.  Los asesinatos, robos, asaltos, tráfico de personas, secuestros y extorsiones los cometen también delincuentes que no son narcos, pero que siguen la escuela de la “copianditis”, que de manera magistral ocupa pantallas y tiempo de millones de televidentes (niñxs y jóvenes, sobre todo) ávidos de noticias e información que promueve la violencia y los antivalores”, afirma la antropóloga y escritora Sara Séfchovich.

       Pero es de justicia reconocer que ante este panorama, resaltan cientos, miles de personas que, tratando de entender qué pasa, cómo se llegó hasta aquí y sobre todo, cómo se puede contribuir a mejorar esta vida que nos toca vivir, encontramos ejemplos a seguir, para la no sencilla tarea de reconocer, promover y ejercitar los auténticos valores, ésos que “abren el corazón y transforman la naturaleza humana”, comprobando que resultan infalibles para alimentar nuestra dignidad, fortaleciendo además la certeza de que la Vida (con sentido) merece y vale la pena de ser vivida.