ECOS LATINOAMERICANOS: El neoliberalismo a la deriva

Jair Bolsonaro. | Fotografía: Archivo

Desde la crisis de 2008 el neoliberalismo ha sufrido duros golpes a su credibilidad ideológica, si en la década de los noventa se le consideraba el sistema hegemónico incuestionable, hoy en día sus promotores siguen luchando por tratar de recuperar la reputación como el “único modelo real de desarrollo” que pretendió ser desde hace más de 40 años.

Sin embargo, aun no ha conseguido recuperarse de la recesión económica de aquel 2008 que terminó por repercutir directamente en la calidad de vida de los ciudadanos de distintos países del mundo especialmente de Europa y Estados Unidos. Precisamente en esas regiones del planeta se generaron movimientos nacionalistas contrarios al proceso de la globalización neoliberal, aunque de tendencia muy conservadora y xenófoba.

En América Latina el neoliberalismo tuvo sus primeras derrotas políticas con el llamado giro a la izquierda, iniciado a comienzos del siglo XXI cuando distintos gobiernos de corte progresista fueron llegando al poder e iniciaron una etapa en la que se reincorporó al estado como uno de los ejes centrales de desarrollo, se adoptaron ciertas políticas económicas para favorecer a las minorías más vulnerables en términos socioeconómicos y en algunos casos se brindó un cierto apoyo al nacionalismo económico.

Sin embargo, el desgaste político de varios de esos gobiernos a partir de la segunda década del siglo le permitió al neoliberalismo regresar a la región, y tratar de consolidarse en las naciones donde nunca fue desplazado, como México y Colombia, no obstante por el descredito de dicho modelo en 2008, los nuevos movimientos neoliberales tuvieron que moderar sus posturas y no suprimir de tajo ciertas políticas económicas que favorecieron a los sectores populares, aun así continuaron señalando que el esquema de libre mercado y de menor intromisión estatal era lo más idóneo.

Nuevamente, pero ahora a finales de la segunda década del siglo XXI, los neoliberales fueron desplazados por nuevos movimientos progresistas, llegando ahora incluso al poder en países como México, en 2018, y Colombia, en 2022. Y aunque la nueva ola de izquierda progresista tuvo también que adquirir carácter más moderado, el neoliberalismo sufrió una crisis político-ideológica mucho más profunda de lo que se piensa.

Básicamente los ideólogos neoliberales, en vez de reconocer los limites reales de su propio modelo y con base en ello aplicar ciertos reformismos necesarios para su continuación como proyecto ideológico, optaron por dos rutas igual de peligrosas para la propia consistencia ideológica del neoliberalismo.

La primera ruta fue un proceso de pragmatización política en el que el neoliberalismo se mimetizó con actores políticos de diversa índole con la disposición de ceder ciertos elementos con tal de llegar al poder o evitar que movimientos antineoliberales lo consigan, tal como pasa hoy con la oposición política en México, Perú, e incluso en la propia Colombia, donde el desgaste neoliberal es tan profundo que han tenido que pactar con fuerzas que no le son muy afines a su proyecto pero que son su única esperanza para mantenerse intactos en el juego político. Al final esto puede terminar difuminando la ideología neoliberal y terminar perdiéndose en un pragmatismo absoluto donde ya carezca de sentido esta misma ideología.

La otra ruta apunta al sentido contrario, esta otra vertiente del neoliberalismo considera que dicho modelo ha fallado en su propósito por no haberse ejercido de manera radical sino gradualista, es decir, tendría que haberse aplicado de tajo y con políticas mucho más abruptas. Esta vertiente considera que en muchos casos ha habido un falso neoliberalismo o que el neoliberalismo aplicado no ha sido, valiendo la redundancia, lo suficientemente neoliberal. Acorde a esta visión los Estados siguen teniendo demasiada injerencia y los bancos centrales mucho poder, y eso ha inhibido que el mercado genere más riqueza.

Los máximos exponentes de esta última ruta neoliberal son políticos como Bolsonaro, Kast y Milei, quienes fueron arropados por sus discursos de incorrección política, crítica al sistema liberal democrático, y sobre todo una promoción exacerbada del esquema neoliberal como forma de desarrollo. Algunos consideran a estos políticos como fascistas, pero no podrían estar más alejados de esa ideología; el fascismo al final de cuentas tiene un fuerte componente antiliberal tanto en aspectos sociales como económicos, y esto último es contradictorio con la tesis neoliberal.

Estos personajes políticamente incorrectos, outsiders, y hasta simpatizantes de dictaduras militares del siglo pasado, siguen siendo fieles creyentes del esquema neoliberal, al que ahora tratan de mantener a flote como movimientos “antisistema”. Sin embargo, aun con la innovación discursiva y de marketing político, que de cierta forma ha hecho atractiva a esta vertiente neoliberal en el electorado más joven, la formula política continúa siendo exactamente la misma que aquella de la década de los noventa, solo que retóricamente un poco más radicalizada.

En este contexto, se puede decir que el neoliberalismo está en una serie crisis de representación, si bien ambas rutas, el pragmatismo y la radicalización antisistema, le pueden momentáneamente mantener en la brújula electoral, al final no hay una corrección y autocritica de la vieja fórmula político-económica, lo cual tendrá consecuencias, ya que basta ver cómo el pragmatismo neoliberal fue derrotado en Colombia en 2022 y la radicalización ideológica políticamente incorrecta del neoliberalismo perdió la relección en ese mismo año en Brasil.

Al final ambas rutas son consecuencia y muestra de un agotamiento del neoliberalismo, que más que renovarse de forma seria parece estar más bien arrojando manotazos de ahogado, sin tener una ruta realista sobre la cual reformarse en la actualidad. Sin embargo, es muy pronto para afirmar una derrota contundente del neoliberalismo como proyecto político, si bien debilitado después del 2008 y aun más tras derrotas electorales recientes, esta propuesta, impulsada originalmente por los gobiernos de Reagan y Thatcher en los ochenta, aun trata de dar pelea, aunque cada vez con mayor dificultad.